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Joaquín Guajardo-Fajardo, junto con Dávila Miura en la Puerta del Príncipe. |
Admiro las instituciones que permanecen en el tiempo durante siglos. Y más aún, si tienen entre sus principales fines, el bien social. La Real Maestranza de Caballería de Sevilla es una corporación centenaria, que destina buena parte de sus recursos a causas benéficas. Con un edificio que, gracias al cuidado y esmero de los maestrantes, es hoy día uno de los monumentos más visitados de la ciudad. El coso del Baratillo goza de una riquísima historia y de un enorme patrimonio artístico. A las obras de arte que se pueden contemplar en su museo taurino, hay que sumarle los objetos que pertenecieron a legendarios toreros. Y es que, a raíz de la Real Maestranza, fundada en 1670 por maestros del arte de la jineta, nacieron las bases de la tauromaquia. De aquella práctica caballeresca, surgió el toreo a pie, que tanto ha evolucionado hasta nuestros días. Hay quien afirma que las corridas de toros tienen los días contados. Máxime cuando cinco de la principales figuras de la actualidad han decido no anunciarse en la Feria de Abril por diferencias con la empresa. Pero los toros siguen interesando. Y existe un turismo creciente, que trata de acercarse y descubrir los secretos de una liturgia mágica y ancestral. Pisar el albero de la Maestranza, infunde el recogimiento y el respeto propio del que camina silencioso por una arena sagrada. El Diputado de Plaza, Joaquín Guajardo-Fajardo, no sólo nos abrió las puertas del mítico ruedo sino que toreó, junto con otros alumnos, en el curso que el Club de Aficionados Prácticos organizó este fin de semana. El Marqués de la Peña de los Enamorados dictó en la arena el mejor discurso que podía escribir un maestrante: el apoyo a la promoción y fomento a los valores taurinos y de nuestra cultura.
(Publicado en La Razón, edición Adanlucía, por Rafael Peralta Revuelta)